A mi abuelita cada día le cuesta más trabajo ir a su revisión médica, porque nada está adaptado para ella. Hay escaleras que no nos permiten llegar con la silla de ruedas, los espacios son reducidos y no cabe la silla. Cuando llega tiene que esperar y a nadie le importa que pase más de una hora antes que alguien la vea. Cuando por fin entra a la consulta, la doctora o doctor en turno, la trata como si fuera niña chiquita, incapaz de entender o tomar decisiones por ella misma, como si se hubiera convertido en una persona tonta, como si no hubiera hecho tantas cosas en su vida. No sólo se trata de darle atención a una mujer de más de ochenta años, se trata de tener empatía, porque desde que ella tenía sesenta, ha tenido que lidiar con gente que la considera como si ocupara un lugar en el mundo que nos urge recuperar. Mi abuela creó una familia que salió adelante por su trabajo, por su fuerza, y ahora nadie toma en cuenta eso. Mi abuela se merece toda la tranquilidad sobre su salud y sobre su supervivencia, pero creo que las personas que hacen leyes nunca se han puesto a pensar ni en su abuela, ni en que dentro de veinticinco años ellos también serán parte de este grupo de personas.